Te quedas repasando el recuerdo, de una persona que hoy ya no conoces, y que más nunca conocerás de nuevo. Y eso, en su momento, duele. Pero así es esto de vivir.
Cuando una relación con alguien amado termina, el dolor no se limita solo a la pérdida de esa persona, sino que radica en la desaparición de la burbuja de intimidad que se había construido. Esta conexión profunda, donde compartíamos pensamientos, emociones y experiencias, termina creando un sentido único de pertenencia. Así, la tristeza de la separación se convierte en un enfrentamiento con la pérdida de esa intimidad que una vez nos unió y que en tanto, terminamos anhelando.
Por que no es más que cuando acaba una relación, que termina desvaneciéndose un código único de comunicación entre ambas partes. Ese conjunto de vivencias, expresiones o preocupaciones que únicamente ellas eran capaces de entender y compartir.
Alfred Schütz, en una de sus obras, termina reflexionando acerca de que forma vivimos las rupturas y lo doloroso que hay en juego:
Cuando tengo una evocación de ti, por ejemplo, te recuerdo como eras en la relación-nosotros concreta conmigo, como una persona única en una situación concreta, como alguien que interactuó conmigo (…). Te recuerdo como una persona vívidamente presente para mí con un máximo de síntomas de vida interior, como alguien cuyas vivencias he presenciado en el proceso real de su formación, a quien yo, durante un tiempo, iba conociendo cada vez mejor, cuya vida consciente fluía en una sola corriente junto con la mía y cuya conciencia estaba cambiando continuamente de contenido. Sin embargo, ahora que estás fuera de mi experiencia directa, no eres más que mi contemporáneo, alguien que meramente habita el mismo planeta que yo. Ya no estoy en contacto con el tú viviente, sino con el tú de ayer. Tú, en verdad, no has cesado de ser un yo viviente, pero tienes ahora un nuevo yo; y aunque soy un contemporáneo de él, mi contacto vital con él se ha interrumpido. Desde el último momento en que estuvimos juntos, has tenido nuevas vivencias y las has enfocado desde nuevos puntos de vista. Con cada cambio de vivencia y enfoque te has transformado en una persona levemente distinta, pero en cierto modo yo omito tener presente esto en la praxis de mi vida diaria. Llevo tu imagen conmigo, y sigue siendo la misma. Pero entonces oigo decir, quizá, que tu has cambiado. Y luego comienzo a mirarte como a un contemporáneo: no cualquier contemporáneo, sin duda, sino alguien a quien yo conocí en un tiempo íntimamente.
En su misma línea, Judith Butler sostiene que al finalizar una relación, también debemos hacer duelo por la parte de nosotros que muere con ella. Nuestras identidades están profundamente ligadas a las conexiones que establecemos con los demás; así, al perder a alguien significativo, no solo extrañamos su presencia, sino que también sentimos la pérdida de una versión de nosotros mismos que existía en ese contexto.
El duelo nos lleva a darnos cuenta de cómo nuestra identidad está profundamente entrelazada con las relaciones que hemos tenido.
Cocino paellas de aquella forma que me enseñó uno de mis mejores amigos, atiendo detalles en las personas sobre las que nunca me había fijado como hacia aquella mujer de quien tanto me encariñé, escucho diariamente cuando vuelvo solo de noche aquella lista de canciones que con tanto cariño me dedicaron, hago valer aquellos consejos que en su momento quien fuere y me apreciase tuvo la dedicación de regalarme. Sobre todo ello, terminamos siendo un mosaico de todo aquellos que hemos amado, incluso por un momento de nuestra vida.
Sin ello, nos encontramos ante el reto de redescubrir quiénes somos.
Quien sabe si sin tu entrada en mi vida, hubiese conocido todo esto.
Comentarios
Publicar un comentario