Haciendo una breve reflexión interna, siempre terminan surgiendo cuestiones ligadas a nuestro propio ser. Una cadena de preguntas que parecen no tener fin ni respuesta, y que poco a poco te van consumiendo. Frente a ellas, uno debe detenerse, pensar, y decidir qué —y cuánto— merece la pena, y qué no.
¿Qué nos otorga felicidad? ¿Existe realmente?
Schopenhauer, en sus ensayos filosóficos, afirmaba que la felicidad propiamente dicha no existe: la vida humana oscila constantemente entre el sufrimiento y el aburrimiento. El mundo no es más que un valle de lágrimas, decía, donde la voluntad nos condena a una insatisfacción continua. En ese contexto, más que un estado permanente, la felicidad se convierte en algo eventual, casi accidental.
Por eso, quizás tenga más que ver con la paz interior que con la exaltación o la euforia. Puede que la dicha consista simplemente en tener algo que hacer, alguien a quien amar o algo que esperar. Y que, al final, el bienestar no termine midiéndose por los placeres que experimentamos, sino por los males que evitamos.
A raíz de esto, puede que la felicidad no sea más que una ilusión momentánea, un breve respiro entre prolongados periodos de sufrimiento o monotonía, donde hay días en los que uno percibe con claridad esa oscilación, como si el mundo perdiera su peso habitual y se sumiera en un silencio denso, difícil de disipar. Es en esos momentos cuando la felicidad se revela como un espejismo efímero, una chispa fugaz que ilumina brevemente la oscuridad, dejando tras de sí una estela de melancolía y reflexión.
Cabe pensar que, lo que realmente define nuestra experiencia sea la capacidad de encontrar significado en el caos, donde el verdadero reto radica en saber dar forma a nuestra propia narrativa. No se trata de tener el control total sobre lo que ocurre, sino de poder otorgarle sentido a lo que nos ocurre.
En este proceso de reflexión, nos surgen inevitables preguntas sobre nuestro ser, y es fácil caer en la tentación de buscar respuestas fuera de nosotros, en las personas o situaciones que nos rodean. Sin embargo, un paso esencial hacia la paz interior es comprender que las reacciones ajenas no nos definen. Las actitudes de los demás son una manifestación de su propia experiencia, no un juicio sobre nuestra valía.
En consecuencia, acaba deambulando por nuestra cabeza objetivos y frustraciones que a veces nos alejan de lo esencial: vivir de manera auténtica. En lugar de perseguir una felicidad que pueda resultar efímera o ilusoria, tal vez el verdadero reto radica en encontrar una manera de que nuestra vida, con todas sus dificultades y contradicciones, tenga un propósito genuino.
Quizá la verdadera cuestión no sea si la felicidad existe, sino si somos capaces de hacer que nuestra vida, con todo su peso y complejidad, valga la pena.
Hay que leer a Aristóteles y su idea de la "eudaimonia", osea de la felicidad. Bravo, me ha gustado mucho
ResponderEliminar